Me tiro de los pelos y no pararé hasta quedarme calva si hace falta. Ahora que los denominados seres humanos ( clara premonición de que admitimos que haya de otro tipo por algún lado) hemos acabado leyendo los periódicos de otra manera. Antes, la sección económica no nos interesaba. Por lo menos a mí. Me resultaba aburrida, tediosa y de difícil comprensión.
Ahora, es la primera que leemos ávidos de saber en qué punto está la tierra que tenemos bajo los pies. Destilan tanto morbo que las hemos convertido en las páginas de sucesos, esas que sí hemos leído toda la vida. El sufrimiento ajeno siempre nos ha puesto las pilas. No se si porque nos daba para hablar en el bar mientras nos santiguábamos al ritmo de unas cañas o porque nos hacia grandes sabiendo que los protagonistas de la historia no éramos nosotros.
También estaban las esquelas. Esos cuadrados ribeteados en negro encierran mucha información útil para vivir en sociedad. Con un sólo vistazo percibimos ausencias que nos suenan a separaciones o divorcios, confirmamos nuevas relaciones y hasta nuevos nacimientos. Todo eso está quedando atrás. Se imponen las páginas de economía, curiosamente, cargadas en ocasiones de más humanidad de lo que parece. Y de más tristeza. Por eso me tiro de los pelos. Porque ciertas noticias se quedan en frías líneas colocadas entre tanto ibex y tanta bolsa.
Ayer leía con infinita pena que el 25% de los chavales menores de 16 años sufren desnutrición aguda. Y lo publican así, sin inmutarse, como un dato más de la tan traída crisis. Y no pasa nada. Familias enteras que no pueden acceder a poner sobre su mesa un poco de carne o de pescado. Y pasamos la página y seguimos leyendo como si la noticia no hubiera impregnado nuestra alma. Niños en lo mejor de su vida que no sólo no se alimentan en condiciones, si no que además no disponen de ropa digna, ni de un espacio para hacer los deberes, ni de posibilidad alguna de formar parte de una actividad extraescolar.
Y me tiro de los pelos recordando mi infancia. QUizá no sobraron cosas, pero no faltaron. Me recuerdo riendo, despreocupada y feliz. Me pregunto si esta infancia, esos 35.000 niños acaso sonríen, viviendo con carencias de lesa humanidad.
Por eso me ha devuelto la paz, o una parte de ella, ver que una asociación valenciana ha optado por un sistema de apadrinamiento de familias que esta dando juego. Me parece una buena manera de repartir entre todos. Porque la caridad, como concepto, suena a perdonar vidas. Y esta partida no va de eso, porque ayudar y apostar por la justicia social no consiste en dar limosna si no en compartir como para no tener que pedirla.
Me tiro de los pelos y no pararé hasta quedarme calva si hace falta. Ahora que los denominados seres humanos ( clara premonición de que admitimos que haya de otro tipo por algún lado) hemos acabado leyendo los periódicos de otra manera. Antes, la sección económica no nos interesaba. Por lo menos a mí. Me resultaba aburrida, tediosa y de difícil comprensión. Ahora, es la primera que leemos ávidos de saber en qué punto está la tierra que tenemos bajo los pies. Destilan tanto morbo que las hemos convertido en las páginas de sucesos, esas que sí hemos leído toda la vida. El sufrimiento ajeno siempre nos ha puesto las pilas. No se si porque nos daba para hablar en el bar mientras nos santiguábamos al ritmo de unas cañas o porque nos hacia grandes sabiendo que los protagonistas de la historia no éramos nosotros.
También estaban las esquelas. Esos cuadrados ribeteados en negro encierran mucha información útil para vivir en sociedad. Con un sólo vistazo percibimos ausencias que nos suenan a separaciones o divorcios, confirmamos nuevas relaciones y hasta nuevos nacimientos. Todo eso está quedando atrás. Se imponen las páginas de economía, curiosamente, cargadas en ocasiones de más humanidad de lo que parece. Y de más tristeza. Por eso me tiro de los pelos .Porque ciertas noticias se quedan en frías líneas colocadas entre tanto ibex y tanta bolsa.
Ayer leía con infinita pena que el 25% de los chavales menores de 16 años sufren desnutrición aguda. Y lo publican así, sin inmutarse, como un dato más de la tan traída crisis. Y no pasa nada. Familias enteras que no pueden acceder a poner sobre su mesa un poco de carne o de pescado. Y pasamos la página y seguimos leyendo como si la noticia no hubiera impregnado nuestra alma. Niños en lo mejor de su vida que no sólo no se alimentan en condiciones, si no que además no disponen de ropa digna, ni de un espacio para hacer los deberes, ni de posibilidad alguna de formar parte de una actividad extraescolar. Y me tiro de los pelos recordando mi infancia. QUizá no sobraron cosas, pero no faltaron. Me recuerdo riendo, despreocupada y feliz. Me pregunto si esta infancia, esos 35.000 niños acaso sonríen, viviendo con carencias de lesa humanidad.
Por eso me ha devuelto la paz, o una parte de ella, ver que una asociación valenciana ha optado por un sistema de apadrinamiento de familias que esta dando juego. Me parece una buena manera de repartir entre todos. Porque la caridad, como concepto, suena a perdonar vidas. Y esta partida no va de eso, porque ayudar y apostar por la justicia social no consiste en dar limosna si no en compartir como para no tener que pedirla.