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Pueden verlo hoy, en la portada de cualquier periódico. Pueden confirmar como, junto a la noticia del desastre de Filipinas (¿alguien se acuerda ya de Haití? ¿de Lampedusa?) aparece la últimamente recurrente información sobre el papel de la infanta Cristina en ese juego turbio que se montó su marido. El mundo se puede dibujar en 2 imágenes que aparecen tan juntas en los medios de comunicación como tan separadas en sus esferas respectivas. Pero la conclusión es rápida: ese mundo está mal repartido.
A unos les ha tocado “bailar con la más fea” y una desgracia se le suma a otra en un cuento que parece no acabar. “A perro malo todo son pulgas” dice un refrán. Cargadito de razón. También hay otro que dice que “las desgracias nunca viene solas”. Maldito refranero cargado de razones. Estar débil, es lo que tiene: que te caen todas. No puedo si no mirar con profunda tristeza los sucesos luctuosos que me acercan los medios. No sé cómo se ayuda, si vale de algo, si me puedo fiar de los que solicitan mi mano… me han convertido en una descreída. Y lo han hecho gracias a la otra información de la que les hablo es estas líneas. Gracias a los “listos” que pensaron que casarse con una niña bien les ponía la ética a sus pies para que la pisoteasen. Creo en la ambición, pero no en la desmedida, en la que no entiende de moral. No sé cómo saldrá de bien o mal parado el yerno del Rey, ni, si me apuran, su señora. Pero si la justicia no lo castiga, espero que la sociedad sí. Es un asunto de ética. Sobre todo, porque la riqueza injustificada de este tipo le deviene de haber hecho teóricas campañas para los más débiles, de haber disfrazado sus ganas de enriquecerse bajo el manto de la ayuda a los más necesitados. ¡Lo que nos faltaba!
Practicar el juego sucio con los más débiles no es que deba estar penado, es que debería ser motivo de una condena infinita, de esas que no se pagan con la vida. Pero creo que el matrimonio no ha aprendido la lección. No digo que bastara, pero sería estupendo escuchar una petición de perdón de los interfectos. Pero una petición de perdón creíble, de esas que salen de las entrañas y te convencen a la primera. No como aquel discursito de defensa de la inocencia que Urdangarín soltó ante los medios de comunicación ante los juzgados de Palma de Mallorca y que no se creía ni él.
Ese es el gran problema de nuestra monarquía. Posiblemente de casi todas: vive ajena al dolor del pueblo (no voy a caer en el error de afirmar de “su pueblo”). Cuando aparecen para acompañar a alguna familia en su dolor no muestran un ápice de empatía. Y digo, “cuando aparecen” porque hace mucho que les veo de celebración, aunque no sé que celebran, y poco de compañeros. ¿Dónde estaba el Príncipe mientras lloraban hace escasas semanas a los mineros de León, por ejemplo?
Querer que una sociedad te apoye es hacerles ver que los necesitas y que te le necesitan. Sobre todo, lo primero. Por eso creo que hay que ayudar a los más desfavorecidos, a los que tienen aún menos que uno, que al fin y al cabo, va tirando en esta vida. Porque somos más libres cuanto más útiles somos. Y me gustaría que no hubiera pateras, ni terremotos, ni malos tratos, ni hambre, ni dolor. Pero lo hay en este mundo injustamente dividido. Mejor apoyar al que precisa de nosotros, porque muy flojos que nos sintamos cada mañana, que darle una palmadita en la espalda al que pensó que éramos una buena naranja para exprimir. Como mucho, yo al menos, un limón de puro agria, de pura mala leche. ¿A quién le pido cuentas por este universo que niega a algunos las cosas más básicas para permitir que otros se enriquezcan con la necesidad?
María Díaz