A perro flaco todo son pulgas”, dice el refrán. Y parece que en este país estamos por hacer bueno el dicho. Cada mañana, una bofetada nos sacude la dignidad y nos deja con cara de bobos ante el espejo. Las tarjetas negras de Bankia han sido el último “zasca”. Consejeros de todo pelaje, no se libran ni los vinculados a los sindicatos, que es lo más hiriente. Se han estado pegando la vida “padre” a nuestra costa mientras nosotros estamos indefensos ante una entidad que tuvo que acogerse a un rescate, que no da la cara con las preferentes y que humilla a sus clientes a la primera de cambio. Pero estos privilegiados en tiempos de crisis, éstos, seguían viviendo a cuerpo de rey, no ya a costa de sus bolsillos, si no de los nuestros. Mal el uso ya no digo ilegal si no amoral de esas tarjetas. Pero aún peor en las épocas que corren, con casi 4 millones y medio de parados y muchos, que no figuran en esa lista, viviendo al límite y sacando de donde no hay.
A uno gastarse 1.000 euros al mes para gastos sin justificar con los dichosos plásticos, no le parece abusivo. Hay familias enteras que tienen que vivir con menos de 400 euros en el mismo periodo de tiempo. A otros les parecía normal porque todos lo hacían. “No sabía que era ilegal”, añade otro. ¿Ilegal? Es lo de menos. Lo moral me preocupa más. No saber mirar a tu alrededor para ver cómo está el mundo y poder seguir viviendo como si aquí no pasara nada.
Tres de los miembros del ya famoso Consejo de Administración de Bankia han conseguido quedar bien por no haber hecho uso de las tarjetas. Aunque yo me pregunto si sabían y callaron o si sabían y no denunciaron. Otra, fallecida, ya no devuelve el parné. Alguno cree que lo arregla ahora devolviendo el dinero. Si tan buen uso le habían dado, ¿por qué ese gesto? Los partidos políticos no se habían enterado de la jugada y empiezan en estos días a tomar medidas. Tarde. Y de los sindicatos, ni hablemos. A este “chocolate del loro” se habían apuntado todos y bien aprisa. Mientras los ciudadanos de a pie, esos a los que estos señores han debido tomar por tontos, tienen que reclamar día sí y día no sus casas hipotecadas en tiempos de bonanza o aquel juego perverso de las preferentes que les ha llevado a la ruina después de años de duros ahorros.
¿Y qué nos queda a nosotros? La queja no vale, es papel mojado para estos individuos sin conciencia. ¿El voto? Puede ser. Pero aquí castigamos poco. Se nos olvidan las pupas inferidas cuando llega el momento. No exigimos a los partidos en la pelea que depuren sus responsabilidades, no las de los demás partidos, que para eso también son unos linces. Luego nos extrañamos de que surjan fenómenos como “Podemos” que, por no tener pasado como “ente”, carecen de manchas. No tenemos a dónde mirar pidiendo justicia. Esa justicia lenta e ineficaz que nunca alcanza a poner sentido a tanto desvarío. Y mientras, los bancos jugando al Monopoly y estrujando nuestras puñeteras vidas. Con todo ese dinero del que se estaban lucrando los que no lo necesitan podíamos haber apañado muchos agujeros en la crisis de este país. Invertido en empresas que generaran trabajo, por ejemplo. Pero aquí, los que tenían que poner, se lo llevaban. Y los que tenían que poder pedir se quedaban mudos y en la calle.
Y, por si fuera poco, el resto del universo recibe esta información que nos va dibujando como un país tercermundista. Los unos amenazan con tirar de la manta, los otros se hacen los orejas y España se lleva los titulares que no querría en los medios de comunicación de los países que deberían ayudarnos. Como para fiarse de nosotros. Créanme, lo menos malo que nos ha pasado en los últimos tiempos ha sido el papelón que hicimos en los mundiales de fútbol, que ya es decir.
María Díaz Periodista ww.mariadiaz.eu