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He visto a Tita Thyssen en el metro

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Que no, que es broma. Pero después de los numeritos a los que he asistido esta semana, bien podría ser cierto. Por de pronto he tenido que escuchar a la ínclita alegar falta de liquidez, recuerden arrastra el apellido Thyssen, para excusar la venta de un cuadro de su colección. Aún recuerdo cuando lo exhibió tras su compra, justificando casi vínculos umbilicales con el lienzo. Pero ya ven, si ha podido romper relaciones con su hijo puede desvincularse de una obra de arte que, al fin y al cabo, no ha parido ella. Podía haberse despojado de una de sus casas, pero a lo que se ve, la propiedad inmobiliaria le seduce más. Podía haberse encadenado a un árbol solicitando un crédito en condiciones de cualquier entidad bancaria, que tiene posesiones como para avalarse a sí misma. Podía haber gestionado medianamente su fortuna, que no es baladí. Y, sobre todo, podía haberse ahorrado decir en alto y sin pestañear que tiene “problemas de liquidez”. A ésta le daba yo una pensión de las que dan aquí, con recortes por todos lados, con desprecios día sí y día también a ver cuánto tardaba en echarse a llorar porque no le llegaba para caviar. Hay gente a quien le tocan pañuelos sin producir mocos.

Pero las estampas de la semana no han parado ahí. He visto, venía avisada pero me reconozco reticente a ciertas informaciones de las que me llegan, a nuestro presidente de Gobierno entregando en mano al Arzobispo de Santiago el Códice sustraído hace un año y que ya estaba en manos del clérigo. Absurdo ¿no?. ¿Se va a dedicar a reforzar todos los sucesos con final feliz que se produzcan en su legislatura? A mí, mi sentido del pudor y del ridículo no me hubiera permitido esta presencia innecesaria, pero ya comenté el otro día que aquí hay un serio problema de asesoramiento de imagen. Me gustaría ver al señor Rajoy acudiendo a apoyar a una familia en su proceso de desahucio o, en su momento, todo tiene un tiempo y ya es tarde, acercarse a Valencia para preocuparse por los damnificados de los desastrosos fuegos que han arrasado la zona. Pero alguien ha debido decirle que sólo se arrime al lado positivo de los acontecimientos y ha dejado de lado ese otro lado, el oscuro, que a nadie nos gusta ni escuchar ni vivir…pero que ocurren. Como la Pantoja salga absuelta, le veo al Presidente abrazándola en la sala.

Tampoco salgo de mi asombro viendo como Julia Otero consigue que le den un programa en condiciones en una televisión que ha empezado a caerse a pedazos a falta de mano que la ponga en su sitio y se lleva de entrevistados a Ana Obregón o a Pedro Ruíz. Para escuchar a la primera prefiero leer una buena novela de Stevenson, que la mala ficción no me ha seducido nunca. Y la soberbia del segundo hace mucho que me aburrió hasta puntos insospechados. Pero ya ven, con la de personas interesantes que hay para conocer a fondo siguen empeñados en que el mando de la tele se nos caiga de las manos cada vez que se nos ocurre intentar comprobar que la programación anunciada es, lamentablemente, real como la vida misma.

Yo también quiero romper desde aquí una lanza a favor de un tipo que nos ha demostrado que unos informativos podían ser plurales y objetivos; que no se le han caído los anillos a la hora de contar las malas noticias que afectaban al gobierno; que encontró el pulso para enfrentarse a los aconteceres de la vida. Porque hasta entonces, los telediarios rozaban lo vomitivo. Con algunos más que con otros, pero no hay uno en ese pasado, digan lo que digan, que pusiera la objetividad en juego. Aunque ahora algunos se apunten a ese logro. Ninguno.



María Díaz
Periodista
www.mariadiaz.eu

 

 

 

 

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