Hay fechas que no se olvidan nunca. Te dejan marcada el alma para siempre. El 11-M, por ejemplo. Unos la vivieron de lejos, otros en sus propias carnes, alguno, como yo, vivimos la información desde el principio. Yo lloraba en casa, lo confieso. No me avergüenzo de ello. Me pudieron el dolor y la impotencia. Narraban en las radios y en las teles los acontecimientos a borbotones y pensaba desorientada en qué era aquello. Y en la calle, el silencio. Un silencio de dolor que aún me retumba. Una ciudad muerta en toda su extensión. Abatida ante lo increíble y lo innecesario.
Diez años después todos nos recuerdan lo sucedido. ¿Alguien cree que lo hemos olvidado? Son demasiados muertos, demasiados heridos y una mujer en coma desde entonces. Son muchos fragmentos de dolor incrustados en la vida de las familias de las víctimas. Cuando algo no tiene sentido, incrementa tu daño. Detrás de cada víctima una historia, unos padres, unos hijos, una mujer o un marido, vecinos, amigos…Tengo una amiga que dejó en aquellos atentados a cuatro vecinos de su edificio en Santa Eugenia. Hay que masticar eso.
Lo curioso es que todavía utilizamos la fecha como arma arrojadiza. Que si fue éste o aquel o el de más allá. Como en la maldita guerra civil que ya pasamos: echándonos la mierda unos a otros a ver cuánta pupa podemos hacer. Lloramos juntos, o casi, y luego le sacamos partido a este desastre para intentar herirnos más. Los seres humanos somos así.
Perdonar es muyyyyy complicado. Olvidar, imposible. Se han quedado en el camino tantas ilusiones que es difícil enfocar el asunto. Los que estuvieron allí no lo olvidarán nunca porque los que no estuvimos allí seguimos con los recuerdos en el cerebro. Bastante triste es ya todo como para que lo aprovechemos para crear más dolor.
Tengo miedo a los medios de comunicación estos días. No sé si quiero saber qué serán capaces de “descubrir” con tal de de tenernos enganchados a sus páginas, sus pantallas o sus diales. No sé si quiero evadirme y quedarme con lo que ya sé. Se manejó mal entonces y no quiero que vuelva a hacerse ahora. Respetemos el sufrimiento de aquellos que enterraron a sus seres queridos o de los que aún arrastran secuelas de un tipo u otro y, si acaso, acompañémoslos con nuestras miradas, con nuestras palabras de cariño, con una leve sonrisa de apoyo. Pero no con críticas ni con el “y tu más”.
Fuimos víctimas todos, está claro que algunos más que otros. Quienes pusieron las bombas fueron a hacer daño, el mayor daño posible. Fueron a por todos. A algunos los mataron, a otros los mutilaron, a los más nos dejaron un agujero en el corazón del que hemos podido recuperarnos aunque a veces “nos tiren los puntos”. Y sumemos. Nosotros no somos el enemigo. Estuvimos en el punto de mira y hasta libramos si nuestro plan no era coger un tren en aquel día a aquella hora. Pero podíamos haber sido nosotros. Ya nos hicieron todo el daño que pudieron. No nos dejemos hacer más pupa, demostremos que somos más inteligentes y más humanos. Y lloremos porque nacemos para morir y hay muertes que no ayudan. A mí se me quedó grabado el silencio, ese silencio a muerte que te marca para siempre.
María Díaz Periodista www.mariadiaz.eu