Soy consciente de mis limitaciones y no me atrevo a pisar la labor de centenares de analistas mucho más preparados y con mayor volumen de información que yo. Pero soy un ciudadano que observa lo que está ocurriendo y que trata de alcanzar sus propias conclusiones, dejandome contaminar lo justo por unos y por otros.
Creo que hay un consenso general sobre el desconcierto que está provocando la llamada crisis del euro. Todos estamos pendientes de la prima de riesgo que sube o baja en función de las declaraciones de un señor, Mario Draghi de nombre, que no tenemos muy claro qué papel juega en todo esto.
Pareciera que este señor tiene en su mano que la prima de riesgo se incremente o se reduzca con la misma facilidad que un niño levanta un castillo de arena en la playa y lo destruye de una patada. Me gustaría a mí tener un poder parecido pero no sé si dormiría tranquilo cuando mis acciones tuvieran consecuencias tan negativas para millones de personas.
Y por supuesto está ella, o ELLA en mayúsculas. La dirigente alemana, Angela Merkel que parece mover los hilos de todo. Parece ser la mano que mueve la cuna y no lo hace de manera muy relajante. Más bien todo lo contrario.
El caso es que debemos tomar conciencia de la realidad. Hace unos días, el actor José Sacristán en una entrevista que le realizó mi compañera de Onda Cero, Asun Salvador y de la que fui testigo presencial, comentaba que hoy en día, las guerras no se libran a tiros, como antigüamente. No le hace falta al enemigo empuñar un arma para destruir países. Les basta con acogotar a las gentes de manera que la pobreza se extienda a pasos agigantados.
Estamos en una guerra. Por un lado, la que desarrollan los inversores que quieren destruir el euro y la unión monetaria. Por otro, una lucha extraña e insolidaria entre los países del Norte y del Sur de Europa que favorece los intereses de los primeros.
No es la primera vez que Europa ve venir el peligro y decide mirar hacia otro lado. Ya ocurrió hace casi un siglo con el nacimiento de esa figura tan desastrosa que fue Hitler. No aprendimos la lección y los europeos permanecimos impasibles ante el genocidio que convulsionó a los Balcanes a finales del siglo pasado.
Ahora, salvando las distancias, nos está ocurriendo lo mismo. Asistimos plácidamente a la destrucciónn de un país como Grecia que habrá cometido errores pero que sufre un castigo absolutamente desproporcionado e injusto para sus ciudadanos. Parece que las tierras helenas fueron el laboratorio y ahora el desastre se pretende extender a otras naciones.
Nos “venden” como imprescindibles medidas dolorosas so pretexto de mejorar las condiciones en las que colocamos nuestra deuda o con la advertencia de no poder acceder a ella. No importa si esas medidas provocan miseria en los colectivos más débiles, más desprotegidos. Hay que luchar para ganarse la “credibilidad” de los mercados aunque eso suponga mayor crisis económica en el país y bolsillos vacíos para los ciudadanos.
Siempre digo que no soy economista pero soy observador. Y compruebo con estupor que esas mismas políticas ya se han desarrollado en Grecia, Portugal o Irlanda sin resultado aparente. Hoy no tienen más credibilidad estos países que antes de ejecutarlas. Pero no necesito marcharme lejos. Aquí mismo, el gobierno anuncia subidas del IVA, recortes para funcionarios y desempleados sin que los mercados reaccionen positivamente.
Entonces, ¿a qué estamos jugando? ¿Nos están engañando, quizás? ¿o se engañan ellos mismos pensando de buena fe que esa es la solución? En el primero de los casos, estarían actuando como auténticos criminales y en el segundo, como unos soberanos incompetentes. Ninguna de las dos deja en buen lugar a quienes nos gobiernan.
La sensación que yo personalmente tengo es que caminamos en esta guerra a una lucha de intereses que terminará con una europa tecnológica, con mano de obra especializada y razonablemente bien remunerada frente a la otra europa que encarnará el paraíso del trabajo poco cualificado y peor pagado.
Alguien debe haber decidido que para hacer frente a la competencia de trabajadores de países emergentes, como China o India, el viejo continente debe tener espacios donde las empresas puedan implantarse con la intención de pagar dos duros a sus empleados. Y allí estaremos griegos, portugueses, españoles y si me apuran, italianos para jugar ese papel.
Quizás sea esta sea la guerra que realmente se esté librando con la complicidad de algunos sectores, como la CEOE que sigue pidiendo más madera. Los mediocres empresarios españoles que gobiernan la asociación patronal, parecen estar alineados con el enemigo y yo personalmente se lo reprocho a personajes tan oscuros, como Arturo Fernández.
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