El otro día recibí una llamada inesperada. De esas que no sabes dónde colocar en tu registro. Al otro lado del teléfono, una persona con la que trabajé, creadora, muy simpática, de quien hacía mucho no sabía nada. Quería que nos viéramos para ponerme al día de su vida y de un nuevo proyecto con el que estaba ilusionada. Así que quedamos. ¡Qué menos con alguien que en estos tiempos ha decidido iniciar algo!.
Pero mi sorpresa fue morrocotuda. La cita no era exactamente personal y el “proyecto” olía a fosfatina. Me esperaban para incorporarme, junto a un caballero joven, artista y en paro, para endilgarme una charla sobre fabulosos negocios lucrativos que estaba dejando escapar tontamente. En una clara estructura piramidal, que intentaban esconder de todas todas, un tipo bastante aburrido, con uno de esos discursos aprendidos, sin énfasis ni personalidad, pretendían contarme el giro que había dado su vida el día que decidió formar parte de la empresa en cuya sede me había recibido. Para más i.n.r.i. la persona que me había citado, mi ex – compañera, demostraba un animoso interés por grabar su discurso para aprendérselo. Ese discurso, créanme, no valía una porra, no había por dónde cogerlo, estaba plagado de mentiras y carecía de criterio. No era una charla para copiar ni tener en cuenta.
No duré mucho, lo confieso. Era difícil encontrar el momento de levantarse de allí y explicar que no tenía tiempo para formar parte de una estafa de ese pelaje, pero mi actitud fue tan evidentemente poco receptiva que el charlatán me invito educadamente a irme. Me despedí amablemente, muy amablemente de mi invitadora y la cité para vernos un día de estos. No seré muy lista pero huelo a un tipo del que desconfiar en segundos y calo las mentiras como un buen sabueso.
Al salir de aquella cita que se había convertido en algo absurdo, lamentablemente, hablé con un amigo y le saqué el tema. Mi amigo es un tipo muy listo e informado y corroboró mis sospechas: aquella empresa está prohibida en algún país, denunciada en otros y bajo investigaciones por doquier. Me puso al día del “fregao” y me envió documentación del caso. Imagino que el chocolate del loro es conseguir de cada uno de los inocentes seres que pican un dinero en calidad de socio abonado, que no será superior a cierta cantidad por aquello de intentar ahorrarse una demanda, pero que supondrá un esfuerzo para el interfecto. A saber, persona en paro o similar, con mucho tiempo libre, necesidad de llevar unos ingresos a casa y prácticamente en el límite. Es decir, un ser débil a la búsqueda del santo grial. Lo dicho: una estafa, que abusa de los más necesitados que aún quieren creer que los milagros de este tipo existen.
¿Por qué no? Al fin y al cabo, no te dicen exactamente que te vayan a regalar nada. Sencillamente, te abren los ojos enseñándote cómo forrarte con el mínimo esfuerzo. Bueno, mínimo, no, que a mí la labor de comercial siempre me ha parecido muy sufrida. Se trata de reclutar clientes para ofrecerles sistemas de telefonía mejores y más baratos y no sé qué tipos de ofertas en los contratos de la luz. Como les digo, conseguí escapar de allí entre un maremágnum de emociones. Dentro dejaba a una persona a la que estimo sumida en un bucle de dudas por resolver y a un incauto que, quizá a estas alturas, haya conseguido que algún familiar suyo, con severo esfuerzo, le preste la “pasta” que le habrán pedido para ayudarle a ser rico de aquí a nada. Total, se la va a devolver en escasa semanas…
Y ahora, tengo que ver cómo le explico a mi antigua compañera que ese juego que me ofreció con todas sus ganas es perverso y no lleva buen camino…¿Qué les parece que aún haya individuos por el mundo ofreciendo a los parados la solución a sus problemas de esta manera?
María Díaz
Periodista