Les hablaba el otro día de la importancia de saber dar las gracias y me recordó un buen amigo que había olvidado citar algo sobre la tristeza de los adioses inesperados. Se refería a las deserciones , muchas veces excesivamente sutiles, de aquellos que se dicen nuestros amigos hasta que el destino empieza traernos malas noticias. Cierto.
Muchos de ustedes lo habrán comprobado en sus propias carnes. Y si no, quizá ha llegado el momento de hacer una reflexión: ¿siguen a mi lado las mismas lealtades desde que estoy en el paro?. Triste pero cierto: no. Posiblemente. Conozco gente que habitó la fama y, con ella, las hordas ingentes de amigos que les adoraban mientras se pavoneaban de pertenecer a su círculo. Ay, pero el éxito, en ocasiones, es pasajero. Y los amigos, no digamos.
Hay gente que gasta de tal manera el término “amistad” que lo desgasta antes de haberlo puesto en uso. La amistad no se presume, se ejerce. Es fácil que te sobren los seguidores si tu mundo parece bien agarrado a algo, llámese dinero, popularidad o un buen puesto de trabajo.
¿Y cuándo eso desaparece? ¿qué queda? La realidad. Pero la realidad que siempre existió. Esa realidad en la que no sobra nadie y en la que, si echamos de menos a alguien, es porque alguna vez nos pareció sentirle cerca. Sólo que ahora sabemos que aquello era una falacia. No es fácil despertar de un sueño que nos traslada a la felicidad para comprobar, cada mañana, que la realidad eligió otro camino. Más torpe, más agrio, menos placentero. Pero los tahúres no deberían interesarnos. Tomar tierra es necesario para ordenar nuestras necesidades. Sólo el que sabe dónde está puede saber hacia dónde encaminar sus pasos.
No se si se lo conté ya (¿les he comentado que el tinte me está haciendo daño en las pocas neuronas que dispongo?) pero hace unos años decidí hacer mía la famosa teoría de la licuación que incide en que “si te toca un limón, te haces una limonada”. Empeñarnos en obtener jugo de fresa de una naranja es, convengan conmigo, una torpeza. Pero ser conscientes de lo que podemos “cocinar” con lo que tenemos nos hace dueños de nuestra vida y de nuestra estrategia.
Así que ,bienvenido sea un golpe de mala suerte si sirvió para limpiar lo que sobra y darnos nuevos bríos. Y, sobre todo, si es pasajero y nos ayuda a tener una vida social muchísimo más sana. Repita cien veces “no he perdido un amigo, he descubierto un enemigo”. Y un día de estos lo comentamos.
María Díaz
Periodista
www.mariadiaz.eu