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Sobre la falta de trabajo y el sentimiento de culpa

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El tiempo cuando sobra es una desgracia. Te deja pensar y te invita a la reflexión excesiva y, por lo general, mal encaminada. Peor si formas parte de una sociedad que te ha educado a ser un trabajador entregado y obediente y a ganarte el pan con el sudor de tu frente. Porque eso es lo que les gustaría a muchos: sudarlo todo y por todos lados. Estamos en el momento en que el Eau de sobaco está cotizadísimo…por lo difícil de encontrar.

Por eso me molesta que el tiempo sobrante y la reflexión correspondiente nos lleven a fraguar un sentimiento de culpa inevitable. La conciencia te martillea cuando no trabajas, haciéndote sentir autor de tu desgracia. Y nada menos cierto. Y, por si tenías alguna duda de tu responsabilidad ante tanta mierda, un presidente de gobierno te quita las ayudas necesarias para obligarte a que te pongas a trabajar, que ya te vale. Posiblemente porque él también piensa que, en este país, 5 millones de parados son muchos… y voluntarios. Nunca pensé que el ser humano fuera tan capaz de sufragar denostadamente sus penas. Pero, a lo que se ve, “el que la sigue, la consigue” y aquí no se trabaja, no porque no haya dónde, si no porque no hay arrojo para ponerse a ello. Pena: yo pensé siempre que un ejecutivo tiene ciertas obligaciones para con sus ciudadanos. Entre otras, velar por ellos. Lo que incluye facilitar sus posibilidades de empleo, dignidad laboral incluida. Que para explotar al ser humano valemos todos, hasta los que no nos presentamos a elección alguna.

Lo cierto es que cada uno de nosotros tiene que vivir consigo mismo y eso es una “puñetada” como una casa, lo mires por dónde lo mires. Porque te sientes responsable de tu desgracia y, en consecuencia, dedicas horas a averiguar en qué te equivocaste, porque está claro que te equivocaste en algo porque de otra manera no estarías así, y piensas de tí mismo que eres un “desgraciado” con todas las letras. Amén de suponer que es el momento en que tu suegra lamenta que tu mujer no apostase por otro a la hora de acudir al altar o al registro, de que algún vecino te mire mal por “pelanas” o de que te venga a la cabeza aquel otro trabajo que pudiste escoger hace ya 20 años y al que renunciaste. De la posibilidad de haber proseguido tus estudios, ni hablamos. No es el momento.

Me planteo yo en estos instantes de “sobradez temporal” dónde estaban nuestros políticos, todos, no sólo los de aquí sino los mundiales, que no veían venir la que se avecinaba. Que esa sí era su obligación. De la torpeza de negar la mayor a cargo del presidente Zapatero ya no vale la pena ni hacer sangre. Pero, gran cagada. ¿Y los demás? No hemos llegado a esto sin enterarnos, sin alarmas, sin avisos. Comprábamos pisos a precios desorbitados en vez de rebelarnos contra el yugo inmobiliario; nos pegábamos algún lujo de vez en cuando, que lo nuestro nos había costado; salíamos de vacaciones la familia entera sin olvidarnos a nadie en una gasolinera y poníamos nuestros ahorros al servicio del futuro profesional de nuestros hijos. Todo para que ahora lo utilicen como excusa para señalarnos con el dedo vaya a ser que se nos olvide que la culpa es nuestra y sólo nuestra.

Y así estamos, intentando levantarnos de la cama cada día con el peso de la culpa para entender los castigos que se nos imponen. Al postre, ni llegamos porque en medio la penitencia incluye negación de la salud, de la vivienda y del trabajo. Y los que tienen la obligación, no sólo de arreglarlo, sino de haberlo evitado prefieren cargar nuestras conciencias y no dar la cara. Conozco magos con más arte. Pero reconocen que lo suyo tiene truco. ¡A ver si va a ser eso!


María Díaz
Periodista
www.mariadiaz.eu

 

 

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