Mientras nos sabemos qué hacer con el ébola, ni averiguamos por dónde nos entra el miedo (quizá por lo desconocido o por lo morboso) hay una noticia que parece haber pasado desapercibida para algunos medios como si el asunto no tuviera miga. O quizá sea yo la que se equivoque. Al grano: al menos en la Comunidad de Madrid han tenido que recurrir a sanitarios en paro para cubrir algunos puestos en el hospital Carlos III ante la negativa de los trabajadores de afrontar el asunto.
Y ahí han ido, a jugarse el tipo. Porque hay más miedo al paro que al ébola. Los contratos temporales para atender a los ingresados por ébola en dicho hospital empezaron a caer como gotas de lluvia. Los parados, deseosos de encontrar un hueco en lo suyo, de acercar un jornal a casa han tenido que tragar con la apuesta más difícil. Eso es el valor: superar el miedo. Pero es que el parado no tiene opciones. Ya viene devorado por un flanco, el del desempleo y no puede mirar con dudas a una oferta que hubiera preferido que llegara en otras condiciones.
Entiendo perfectamente a los sanitarios que decidieron que no estaban preparados para enfrentarse a un asunto de tal riesgo. Una compañera suya, que se ofreció voluntaria a cuidar a dos enfermos de ébola, profesional, cuidadosa, había sucumbido a una enfermedad que te acerca más a la muerte que a la vida. Y todos sus compañeros, ante las duras acusaciones vertidas contra ella, se habían explicado al detalle. Mala información, poco tiempo, equipos obsoletos o inadecuados…No es que se nieguen a atender a nadie, sólo exigen las condiciones necesarias para hacer frente a una enfermedad contagiosa y devastadora.
Con todo, parece ser que alguno ha sido castigado. Quizá al que fue excesivamente sincero y afrontó el problema. Otros, optaron por la baja por ansiedad. A mí también me hubiera dado. Que te suelten en un hospital para atender a infecciosos graves como quien te deja solo en medio del ruedo con un toro bravo no es para menos. Curiosamente, al trabajador que explicó sus razones le ha caído una sanción que algunos altos cargos niegan. Ni el derecho a explicarse le ha quedado.
Así que ahí están seis pobres parados, menos preparados aún, asumiendo responsabilidades que los de arriba no asumen. Con el riesgo que ello conlleva. No es el momento de defenderse ante los teóricos y urgentes cursos facilitados a los profesionales sanitarios si no de solucionar los vacíos que estos reclaman. No se niegan a cumplir con sus tareas, son conscientes de en qué consiste su trabajo. Solicitan preparación. O lo que es lo mismo, seguridad. Todos deberíamos estar de acuerdo en que es la única forma de evitar más contagios. Poner en riesgo a los eventuales, a los que no han podido decir que no a una oportunidad laboral, aunque viniera envenenada, sólo conlleva más miedo. Desde luego, » a perro flaco todo son pulgas».
María Díaz
Periodista