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Las penas con pan son menos penas

Andan por ahí diciendo que Esperanza Aguirre tiene más vidas que un gato y, ya me perdonarán, yo creo que lo que tiene es un sentido del marketing inusitado. Cierto que el accidente del helicóptero fue aparatoso…pero poco más.Después ha hecho alarde de estar enchufada en la Seguridad Social de una manera que a mí, particularmente, como mujer, me avergonzó. Quizá porque he sufrido de cerca un proceso no sólo similar, si no mucho más grave y ya no es que fuera tratado con esa celeridad ni interés…es que no se han hecho ruedas de prensa ni exposiciones a favor de obra. Vamos, que a la señora Aguirre hay que reconocerle la capacidad que tiene de convertir en mediático lo que posiblemente no llega ni a desgracia.

Hace unas horas, o unos días, que en medio de unas jornadas de fiesta el tiempo es para mí como el de un niño o el de Fray Luis de León, vinieron a contarme con agobio que «Espe» había sobrevivido a un accidente en el que el automóvil en el que viajaba quedaba como «siniestro total». Y he aquí que he visto la foto del vehículo y me da la sensación de que quieren tomarme el pelo. ¿Les enseño yo la foto de como quedó el autobús en el que murió mi madre? No creo en el juego sucio de la desgracia, en las heroínas de pacotilla que juegan con lo que para otros es un desatino. Y entonces me acuerdo que no hace mucho años anunció, sin amilanarse, que no llegaba a fin de mes. Y me dan unos retortijones que me planteo ingresarme.

Claro que no me van a atender como a ella. Así que me quedo en casa, con mis penas, sin regodearme en ellas, intentando tirar para alante mientras pienso que mal repartido está el mundo y que pocas opciones tenemos, aún en democracia, de decirles a unos cuantos que no jueguen ya no con nuestro presente, si no con nuestro futuro.También es cierto que las penas con pan son menos penas.

Por eso entiendo que la gente joven en Gran Bretaña se subleve. No tienen opciones a nada, viven en una sociedad que los margina, sin alicientes. Y cualquier acicate es buena espita. Otra cosa es que la violencia se me escape como concepto y que siga pensando que con ciertas aptitudes pocas razones te asisten. Pero el polvorín estaba alimentado. Tapado pero alimentado. Y todos se llevan las manos a la cabeza sorprendidos del escándalo que no supieron ver mientras lo encubrían. Una desgracia vivir sin espectativas. Pero real y cierto. Y aquí andamos, entre calles que conducen a la desgracia día tras día sin convocar ruedas de prensa ni enorgullecernos de nuestras torpezas. Quizá ni las tengamos. No podemos permitirnos ese lujo en un universo que anuncia malas jugadas económicas con lenguajes edulcorados para seguir insistiendo en que los pobres llevan camino de ser cada día más pobres y los ricos de sobrevivir a experiencias de las que los miserables no podemos siquiera presumir.

No se cómo serán sus mañanas, ni sus tardes, ni sus noches. Las de los privilegiados, digo. Pero vivo cerca de gente imbuída en un bucle de penosidades que ha aprendido a no quejarse y eso me llena de orgullo. No digo que no exista el derecho a la queja, a la reclamación, al grito o al llanto. Sólo digo que algunos, deberían saber mirar alrededor para valorar qué es una desgracia. Y a partir de ahí, decidimos a qué jugamos.


María Díaz
Periodista

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