Me temo que esa es la frase que les gustaría poder decir a muchos. Explicarse de largo a amigos y compañeros con razones de todo tipo para refrendar que uno tiene un trabajo. Un “no me puedo ir de vacaciones”, que antes venía siendo un “porque la oficina sin mí no funciona” y ahora se queda en un “porque tengo un puesto de trabajo y no están las cosas para tonterías”. Vaya, lo estoy escribiendo y me estoy viniendo abajo.
Hay otra manera de enfrentarse al titular. Como una desgracia: no hay de “eso” porque no hay ocasión de interrumpir actividad ninguna. Lo digo por los jóvenes de este país cuyas universidades públicas van a verse en la obligación de imponer unas tasas excluyentes e indignas. Las subidas que pretenden aplicarse en las matrículas, no sólo convierten un derecho en un artículo de lujo, es que frenan el progreso de este país, que alienta a sus jóvenes a trabajos de bajo nivel en lugar de a preparación para el futuro. ¡Ah! ¡El futuro! ¡Qué bonito “lugar”! Tan estupendo que nunca llega y que, para lo que promete, casi mejor.
Lamento tremendamente escuchar a un joven decir que ha tenido que renunciar a su posibilidad de futuro porque una universidad pública, repito “pública”, le ha convertido en imposible continuar con su formación. Estamos dejando a una generación en vacío e insistiendo que quedarnos a la cola del progreso. Que se lo hagan mirar algunos, aquellos a quienes les corresponda. Me consta que las universidades han asumido las matrículas impagadas de algunos alumnos que no pueden solventar la pasta que les supone terminar los estudios que iniciaron. ¿Y los que aún no han empezado? ¿y los que no son familia numerosa, ni familia sin ingresos, ni ninguno de esos parámetros que te conceden derecho a una beca o una ayuda? Porque con esas tasas muchos se van a quedar ahora en tierra de nadie, en esa franja absurda que te niega derecho alguno.
Ya ven, para que luego vengan de otros países a pasarnos por los morros que nos han adelantado en todo. Aunque cuando veo a la juventud extranjera practicando eso que llaman “balconing” se me ponen los pelos como escarpias. Es que, verán, debo de ser muy dura de mollera, pero no le encuentro ninguna gracia a esto de practicar un juego que consiste en intentar no matarte. Y lo que no entiendo es porque creen que este “divertimento” hay que llevarlo a cabo en este país porque por más que comparo, a mí, las piscinas de otros países me parecen iguales que las nuestras…pero ya ven: la gracia está en rebajar la categoría de nuestro turismo con lo bien que nos viene.
Asumamos que el verano existe, aunque venga, como este año, repleto de lluvia y granizo, e intentemos mirar para otro lado: los amigos del barrio son majetes, las cañas del bar de la esquina las mejores y las cosas no pueden ir peor. A mí, al menos, estas perogrulladas hay días que me tranquilizan. Amén
María Díaz Periodista www.mariadiaz.eu