spot_img

Je suis Charlie

Difícil abstraerse en estos días de la lamentable violencia sufrida por Francia. Aún tengo en la retina, de la memoria nunca se irán, las imágenes en las que un terrorista dispara a bocajarro a un policía para matarlo. Sin piedad. E imagino, si es que se puede, el tiroteo de la redacción de la revista Charlie Hebdo cuando aparecen en ellas dos locos encapuchados a cobrarse vidas de las que nunca tuvieron potestad.

 

No sé con qué odio hay que crecer para ser capaz de asesinar a sangre fría bajo el convencimiento de que se reivindica algo. No sé qué tiene una religión que alimenta idearios mortales en sus fanáticos, es más, que alienta a fanáticos. No sé quién puede considerarse propietario de la vida de otros ni qué le hace erigirse en salvador de profetas. Hace mucho que detesto la religión como concepto porque anula la capacidad crítica del ser humano. Las creencias religiosas hacen de algunas personas seres obsesionados con su dios. A algunos más que a otros. Algunos no tienen problemas en inmolarse en nombre de Alá, eso sí, llevándose por delante todas las vidas que pueden.

 

Lo vimos, alucinados, el 11 S, en aquellos ataques que no sabíamos si atribuir a la industria americana del cine. Lo sufrimos el 11 M, indefensos ante la barbarie, asustados, incrédulos. La vida no vale nada si depende de enajenados que enarbolan banderas cargadas de sinrazón. Su profeta, el de algunos, vale más que cualquiera de ellas.

 

Hay quién habla para asegurar que estas muertes han sido un ataque a la libertad de expresión. Yo creo que no, que, sencillamente, han sido un ataque a la libertad, al derecho a la vida del que no piensa como tu. También a la capacidad de expresarse del ser humano, de reírse de sí mismo. Para un individuo alimentado en el desprecio y en la defensa a ultranza de su dios, esa capacidad no existe. Y no se le puede permitir al resto. El miedo, deben pensar, es un buen recurso para atajar la crítica. Pero la crítica es buena.

 

Oigo a un corresponsal de una televisión narrar cómo es el ambiente en París, cómo la gente se junta en los semáforos y se abraza en solidaridad mientras esperan a que la luz verde les permita el paso. Gente que no se conoce pero que se sabe hermana porque se sabe herida por la misma causa. Y me acuerdo del 12 de marzo de 2004, cuando Madrid respiraba dolor y muerte y nos mirábamos en la calle con tristeza buscando compartir la pena. Cuando nos supimos uno en esta ciudad marcada por un odio que no podíamos entender ni masticar.

 

Ahora todos somos Charlie, somos uno. Ahora todos miramos hacia el mismo lado en busca de paz y concordia. Ahora debemos tener cuidado a la hora de manejar nuestros afectos y desafectos vaya a ser que demos por hecho que el “distinto” es detestable. Ahora empezarán momentos de desprecio que quizá sean erróneos. Ahora es cuando me gustaría conocer bien el Corán y saber si esa violencia, ese desprecio, se desgrana entre sus líneas. Ahora es cuando me sentaría a hablar con un musulmán para conocer el origen de esas matanzas absurdas que nos refuerzan a las posibles víctimas como seres humanos. Ahora me gustaría saber dónde dibujo la delgada línea de la tolerancia.

 

María Díaz
Periodista
www.mariadiaz.eu

Related Articles

7 COMENTARIOS

DEJA UNA RESPUESTA

Déjenos su comentario
Por favor introduzca su nombre aquí

Nuestras RRSS

72,894FansMe gusta
78,973SeguidoresSeguir

últimos artículos

You cannot copy content of this page