No conozco a nadie que no tenga miedo. A algo. A lo que sea. El escritor a la página en blanco –genial, como siempre, Vila-Matas defendiendo su derecho a que poner en pie un libro le resulte difícil hasta a él que me ha regalado algunas de las mejores historias que he leído-; el profesor a enfrentarse con su alumnado; el periodista a cómo enfrentarse a una noticia; el trabajador a perder un trabajo o el parado a un futuro incierto y más según los años que tengas.
Tampoco conozco a nadie a quien le guste sufrir. Me han hablado de los masoquistas, pero no sé cómo asomarme a ese fenómeno que no huelo ni de lejos. Supongo que el masoca es un tipo que lo tiene todo y necesita sentir algo más. Supongo. Lo que no sé es porque no le da por darse una vuelta por algún barrio marginal para ver cómo sufren los demás sin gana ninguna de pasar por las circunstancias que le rodean y decide quemar sus energías equivocadas en echar una manita. O por un servicio de oncología infantil que ya vería cómo se le quitan las ganas de hacer el “gamba” por la vida.
Estaremos entonces de acuerdo en que lo que queremos todos es la tranquilidad y la seguridad. Si es que la segunda no lleva a la primera y viceversa. Pero a todos no nos han tocado esos boletos. ¡Qué le vamos a hacer!. Desconozco por dónde pasan los problemas de los March, los Koplowitz, los Ortega o los Gallardo Ballart pero veo que su patrimonio se ha incrementado en el último año, con la puñetera crisis dando por culo a los de tercera división y me dan ganas de ir a quemar sicavs todos los domingos por la mañana. Porque ya es desgracia que la hacienda y la economía de este país sigan contribuyendo a la seguridad y tranquilidad de los que van “sobraos” en lugar de los que van faltos. Pero las sicavs no son exactamente tangibles. Son entes, medio marcianas, que permiten acumular más y tributar menos porque tú lo vales. El colmo del pobre.
Para más i.n.r.i., y en este empeño mío por intentar seguir el “pujolgate”, trama que no acabo de pillar y que me sigue oliendo a chamusquina, averiguo que a varios de los miembros de esta deliciosa familia catalana nuestra querida Hacienda les ha devuelto parné en la última declaración de la renta. ¿Y todavía dicen que estaban a punto de pillarles? Aquí el truco está en saber porqué ha cantado la gallina. O mejor, porque la gallina le ha hecho cantar al gallo. Se lo crean o no, sostengo lo que manifesté en un principio: es pura estrategia que, aunque no lo parezca, se planteó para ahorrarse disgustos.
Y claro, los opositores a las tendencias nacionalistas del gobierno catalán no han parado de frotarse las manos todavía. Pero, para mí, que los Pujol Ferrusola se las están frotando más. No es que les guste sufrir, pero algo iba a pasar que llevaba peor camino. Y eso sí que les daba miedo. De ética, ya hemos visto, no andan camino del aprobado. No me creo lo de la famosa herencia escondida a la hermana, pero si así fuera, ya dibuja a cada personaje y lo pone en su sitio. Pero mientras la caricatura se lleva a cabo no puedo menos que pensar porqué yo no tengo posibilidad de escatimar un céntimo a Hacienda mientras una estafa a lo grande resulta fácil y hasta homenajeable. Ahora ya sé a qué le tienen miedo algunos ricos y me planteo su sufrimiento. Y, ¿qué quieren que les diga? No me dan ninguna pena. Por cierto, tampoco conozco a nadie a quien le guste dar pena. ¿O sí?
María Díaz Periodista www.mariadiaz.eu