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Sinvergüenzas

Hace ya algún tiempo, y durante muchos años, 16 para ser exactos, giró por España un montaje teatral titulado “Enseñar a un sinvergüenza”, una comedia de Alfonso Paso que tenía por protagonista a un “don juan” caradura que tornaba enamorado de una pulcra profesora que espabilará y le dará una lección. Para aquellos tiempos, el personaje masculino era un sinvergüenza, aunque yo le hubiera definido más como un canalla, un vivales, un jeta, un fresco o similar.

El término “sinvergüenza”, pronunciado con buen marcaje, insistiendo en cada sílaba es mucho más que eso. A día de hoy roza con el “hijo de p—” o el “cabrón”. Por poner un ejemplo y explicar el título de este artículo: los desalmados que han decidido prender fuego a los montes del norte de España poniendo en juego vidas y enseres. Pequeños patrimonios en los que te has dejado el sudor y las lágrimas y que te proporcionaban un techo para cubrirte cada noche o para reunirte con los tuyos en estas fechas que se aproximan. [Ver cursos de Formación a distancia]

Pero alguien tiene intereses destructivos, egoístas, letales. Nocivos. Posiblemente tenga otro tipo de intereses que sean los que le lleven a promover estos focos que incendian nuestra maravillosa naturaleza y nos acercan a un riesgo que no queremos. Me imagino a las familias cuando salen huyendo de su hogar dejando todo atrás: sus recuerdos, sus ropas, sus muebles…su esfuerzo. Me los supongo intentado vaciar de su cabeza los pensamientos que les llevan a temer lo peor, a plantearse cómo empezar una nueva vida a ciertas alturas. Terrible.

Supongo que , mientras, alguien, está disfrutando de lo lindo con ese destrozo. No cuidar la naturaleza es un delito. E ir directamente a cargársela debería estar bien penado, aunque tengo la sensación de que no es así. Que es difícil pillar a los culpables y más aún condenarles a un castigo a la altura de su fechoría. No entiendo al pirómano, al que disfruta con el fuego por el puro fuego. Pero menos al que genera un incendio porque puede sacar partido de la desgracia de otros. Horrible.

Hace años un lema publicitario nos insistía: “el monte es de todos”. Y lo es. Tanto que es necesario para generar oxígeno y ventilar nuestro descuidado universo. Da de comer a muchos y sirve de hogar para quienes decidieron vivir en un pueblo o en plena naturaleza. Es “su” casa, la casa de oros que tienen derecho a vivir en paz. Y que posiblemente se enfrentan a una de las navidades más tristes de su vida. No hay derecho.

Ya se que todo es mejorable. Que se pueden coordinar mejor los equipos para que el fuego se extienda menos y se apague antes; que podemos cuidar mejor la naturaleza, sobre todo los ayuntamientos, para que los incendios no encuentren terreno abonado en cada metro cuadrado que encuentran a su paso. Ya se que podemos hacer mucho más y que parece que nunca aprendemos la lección. Y más ahora que el clima nos está demostrando que es caprichoso y que las desgracias provocadas antes en verano también encuentran u lugar en el calendario de invierno. Pero lo peor de todo es que hay por ahí gente que se levanta una mañana dispuesto a poner en pie un maquiavélico plan que hace mucho que acaricia. Salen de casa con mucha mierda en la cabeza, empeñados en crear una desgracia, o las que hagan falta, por un sentido del disfrute y del negocio que “mi no comprender”.

A pesar de todo, y de que en un día en que las urnas y los votantes deberíamos ser los protagonistas absolutos de los medios de comunicación, quiero pensar que vienen días mejores para todos. Insisto: para todos. Porque no me gustan los futuros que son buenos sólo para algunos. Así que déjenme desde aquí que desee unas felices fiestas a todos aquellos empeñados en construir, en crecer, en aunar. Y a los otros, que la justicia les de bien dado. Se lo merecen

 

María Díaz
Periodista
www.mariadiaz.eu

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