Para los americanos, del norte, o sea, los conocidos por nosotros como “yankis”, “el día de la marmota” es celebración obligada y motivo de fiesta. No se si la dichosa marmota acierta sobre el asunto tratado, el fin del invierno, más que el famoso pulpo de los mundiales. Pero ya lleva un rato, pilón de años, mereciendo homenaje anual y siendo protagonista de los informativos nacionales e internacionales.
Con ese “motivo”, Harold Ramis dirigió una película basada en una historia de Danny Rubin que aquí vino a llamarse “Atrapado en el tiempo” y que reconozco como uno de esos filmes que no me importa volver a ver porque me resulta verdaderamente divertido. Creo que todos saben de qué hablo, pero por si acaso les hago un breve resumen: un meteorólogo televisivo es enviado a cubrir el folclórico evento y su sobrada personalidad sufre un batacazo cuando percibe que está prisionero de un bucle temporal que hace el mismo día se inicie cada mañana. El tipo, que no es tonto, pasa de la desesperación al aprendizaje y pronto sabrá sacar partido de la circunstancia, aprender la lección y salir airoso del asunto. Porque de lo que se trata es de eso, de aprender de sus errores, posibilidad que al principio le está vetada dada su soberbia y egoísmo, para reconducir su situación y sus correspondientes beneficios.
No se ustedes, pero hace semanas que yo me siento viviendo en ese bucle temporal. Me despierto cada mañana escuchando lo mismo en los informativos radiofónicos. O peor, lo mismo más su cucharada de mierda diaria correspondiente. Los que tienen que solucionar hablan y hablan pero ninguno ve la viga en su ojo aunque si la paja en el ajeno. Cada día, a lo que ya se que va a ocurrir, porque ese día lo llevo viviendo semanas, se suma otro conflicto, otro imputado, otro político que no ha hecho los deberes, otro mentiroso u otro estafador. Y así tras cada noche.
Me está empezando a dar miedo meterme en la cama por aquello de que ya se lo que va a pasar cuando amanezca y no me apetece nada. Mientras, veo que los problemas no sólo no se solucionan, si no hasta crecen, pero tomo mi desayuno con sensación de vidente. Ya no se cuando es miércoles o domingo y si mañana, un periodista radiofónico matinal no llega al trabajo, su empresa podría poner el programa grabado de días anteriores sin posibilidad ninguna de desacertar en sus contenidos. Empiezo a aburrirme. ¡Qué digo aburrirme! Empiezo a hartarme. Me cansan las conversaciones de taberna que me suenan repetidas; las charlas entre amigos con puntos que ya se han tratado centenares de veces. Me superan las noticias con más de lo mismo. Y si hay alguna variación es todo menos buena. No se si desear que llegue el día de los enamorados y ponerme a celebrarlo, aunque vaya contra mis principios, aunque sólo sea por romper la rutina. Empieza a darme igual quien gobierne, con tal de que alguien tome el mando de este circo y los ciudadanos empecemos a pensar, quizá engañados, que esto tiene salida por algún sitio.
María Díaz Periodista www.mariadiaz.eu