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El calor y el sobresalto continuo

El verano ha llegado calentito. Y no lo digo por el calor, que pone de su parte, si no por el hecho de que cuadre, por delante, con elecciones a la vuelta de la esquina y, por detrás con vuelco político en clave de municipios y comunidades. Al venga a criticar y criticar la gestión de todos (del color que sean), los partidos van moviendo ficha. Con nocturnidad, alevosía y veraneo.

 

Porque las noticias que nos trae esta estación suelen ser de otro tipo, y van más del rosa al amarillo. Pero como todos estamos más relajados y con la guardia bajada, este año están aprovechando para generar cambios e informaciones que nos llevan de sobresalto en sobresalto. Nombramientos de cargos diplomáticos no merecidos en sábado; rumbos nuevos en Cataluña que suenan a suicidio y escoramiento a la derecha para ver si por ahí viene la luz; ceses de portavoces que heridos, posiblemente en su orgullo, dejan caer que pueden hablar; ataques de hacienda a diestro y siniestro…Todo está estudiado, como si lo que pasa con el calor fuera más anestésico, entrara más suave. Y así, para cuando queramos darnos cuenta ya esté hecho.

 

Pero llegará noviembre. Todos van ahora al límite en un intento de tantear terreno en horas de relax y si tienen que cambiar de plan, se cambiará como quien no quiere la cosa. Y es que están todos perdidos. Y nosotros con ellos. Al fin y al cabo, ellos dirigen nuestras vidas. No sobre con quien vamos o venimos, pero sí sobre el dinero con el que debemos sobrevivir, o las tasas que debemos abonar, la justicia que tenemos que sufrir, le ética, en general, que puede regir nuestra existencia.

 

Y si otros veranos he echado en falta cierta vida noticiable, este año me voy aburriendo de puros sobresaltos. Ando con los ojos bien abiertos para que no me pille por sorpresa cada uno de los desvaríos que unos y otros van preparando. Cualquiera diría que están aburridos con todo lo que tienen que arreglar. Fuera y dentro. Pero, no. Creo que están perdidos y no saben hacia dónde dirigir sus pasos. A mi, como ciudadana, el asunto me da una tranquilidad que no vean. Y hasta ahora, recién comenzado agosto, cuando debería estar buscando desesperadamente una sombra o una bocanada de aire que me haga recuperar el aliento, voy dando botes de sorpresa. Mi corazón no está preparado, mi cabeza jamás lo estuvo. Cuento los días, ya no para ver cuando desaparece este infierno de temperatura de mi vida, sino para calcular cuántas veces puedo abrir la boca de pura incredulidad. El verano ha venido con un velo dispuesto a tapar atrocidades. Pero son tantas que no hay tela que las tape.

 

Sólo pretendía pasar este verano de la manera más divertida posible. Y me estoy riendo. Entre llanto y llanto. Que se puede reír de alegría y de pena. Y yo voy de un lado a otro mientras me encajo la mandíbula. Entre una cosa y otra, llevamos todo el año de campaña. Y ésta va a ser la más divertida de puro ridícula y la más triste de puro desacierto. Las hemerotecas terminarán poniendo las cosas en su sitio. Porque yo, ando como vaca mirando al tren. Y los que van en los vagones saludan y se ríen. No se de qué. Pero me asustan. ¿De verdad somos Europa?

 

María Díaz
Periodista
www.mariadiaz.eu

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