Me parece a mí, que no soy vidente, ni quiero serlo, que más de uno se va a llevar un disgusto este sábado. Aquí se han festejado muchos sillones que aún no se han alcanzado y la felicidad reina en la cara de cada líder que se agarra a lo que le viene bien para reclamar el puesto. Los unos, porque han sido la lista más votada; los otros porque están más capacitados para el consenso con otros contrincantes y pueden sumar más votos; los terceros porque se consideran bisagra indispensable.
Me parece a mí, que en este país con la democracia hemos ido hacia atrás. Fueron más capaces de negociar, aunque con mucha queja, los que venían del otro régimen cuando fue necesario plantearse otro sistema en esta España nuestra que los modernos líderes de ahora que tanto airean que los que les preocupamos somos nosotros, los ciudadanos. Ciudadanos que empezamos a estar hartos. Porque aquí se habla mucho de arreglarlo todo, pero todavía hay mucha gente que no encuentra el momento de acercarse a votar. Malo. Un pueblo que cae en la desidia a la hora de formar parte de su democracia es un pueblo que se siente engañado o desesperanzado. Y eso no es culpa del pueblo, si no de quienes deben de convencerles de que formar parte del juego vale la pena.
Me parece a mí que a nuestros políticos les falta capacidad de negociar (algunos aún no se han dado cuenta de que el mapa ha cambiado y que lo que antes se repartía básicamente entre 2 ahora hay que repartirlo con más amiguitos) y capacidad de llevar a cabo campañas políticas en condiciones. Aquí, en vez de vendernos programas que nos seduzcan o que nos convenzan o que, al menos, nos interesen algo, los líderes en proceso de alcanzar el poder, en cualquiera de sus formas, prefieren jugar al descrédito. Al descrédito del otro, se entiende. El insulto ha estado a la orden del día en los las semanas que precedieron al 24 de mayo…pero, claro, ahora hay que negociar, que pactar, que sentarse a una mesa y consensuar si queremos llegar a algo. ¡Qué necesidad de faltarse tienen los candidatos!. Que nos dejen decidir a nosotros si nos gusta un líder o no, si nos convence. Y ellos, que se dediquen a construir, que de eso se trata.
Me parece a mí que la etapa de los insultos, algo serenada por ese contrarreloj que les obliga a llegar a acuerdos, alguna propuesta antinatura he escuchado por ahí, tiene los días contados. Es más, a algunos ya se les ha pasado la fiebre del amiguismo y en cuanto han visto que no obtenían los apoyos que buscaban, ya se han lanzado al ataque feroz de nuevo. Mala política ésta que no sabe que se puede pensar distinto y convivir en las mismas calles. Como si los votantes fuéramos tontos.
Y me parece a mí que hay mucho vidente entre la clase política. Todos saben lo que van a hacer los demás. Lo que van a cargarse, lo que van a demolir, lo que no les interesa aunque no lo hayan dicho. Yo, como soy más cortita y casi nadie me habla de su programa en elecciones, sólo se lo que ya han hecho o han dejado de hacer. Y a eso me agarro. Y si voté a un candidato o candidata que no cumple, dentro de 4 años las urnas volverán a escuchar mi poquita voz. Poquita, pero sumada a otros, importante. Lo suficientemente importante como para que no olvidemos que alguna vez en casa nos dijeron que al otro no se le insulta y, si se puede, se le echa un capote. Y todos, amigos, tiraremos para adelante. Lo que no suma, resta.
María Díaz Periodista www.mariadiaz.eu