Si el adjetivo que más utilizamos el pasado año fue el de “indignados”, este que acaba de empezar se está empeñando en el de “desaparecidos”. De todos los calibres y con lo que ello significa.
En política todos reclaman al recién nombrado presidente del gobierno esperando que diga algo. Pero que diga algo concreto, incluso tranquilizador, si cabe. Que, como ya les dije, parece que S.S.S. se va a encargar de informar de los malos augurios. Pero Rajoy ha optado por desaparecer y, supongo, esperar a reunirse con los “Merkezy” para ver qué ruta tomar para un camino que se supone todos sabemos a dónde nos lleva. Mi paciencia es infinita pero mi curiosidad no le va a la zaga…así que imploro desde aquí un discurso enérgico repleto de indicaciones para ponerme en marcha.
En justicia, el cuerpo de Marta del Castillo sigue sin aparecer pero los involucrados en el asunto ya conocen su futuro inmediato: rositas para la mayoría y sentencia yo diría que corta para el único autoinculpado. Vamos, si Carcaño no dice esta boca es mía, la “merienda” de aquel principio de enero de 2009 les sale más que rentable a la panda. Lo peor de todo es que la sentencia se ajusta a derecho; que no hay cuerpo que examinar; que la familia de Marta sigue esperando no ya una vuelta, sino un cadáver al que dar un final a la altura de sus creencias; que todos dicen “digo” donde dijeron “diego”; que no hay dos verdades en las declaraciones desde el punto y hora de que no hay dos declaraciones iguales…
Nos hemos creído que mataron a Marta porque el ser humano no es capaz de creer que un joven asuma ese hecho sin que sea cierto. Pero nadie sabe dónde está. Y digo “hecho” porque no puedo decir “responsabilidad” ni “culpa”. Eso es no conocer el derecho del hombre a gestionar su llanto, su pena. Así que creo que todos han tomado el pelo a la familia de la desaparecida: los teóricos amigos que no son capaces de recurrir al dedo índice para señalar un sitio; los políticos que prometieron una justicia que no tiene leyes a las que agarrarse; y, me atrevo a decir, hasta la prensa, que no ha perdido oportunidad de provocar una declaración de algún familiar de Marta aunque eso, creo, ha jugado en contra de la sentencia.
En justicia, Baltasar Garzón se ha convertido en un protagonista a su pesar. Y no porque al juez no le gusten los medios, que le gustan, sino porque no se ha tolerado que reivindique los derechos de quienes murieron en una guerra absurda y fratricida en un bando al que le “tocó” perder. Hablan de cicatrizar heridas. Difícil cuando alguno de los tuyos salió de casa para no volver, cuando sólo te queda la certeza de su ausencia definitiva y la incertidumbre de dónde cayó. Los ritos nos han hecho a las personas así y necesitamos dar un lugar a los restos de nuestros seres queridos para poder descansar todos en paz.
En Argentina agradecen a Garzón que asumiera el respeto por sus desaparecidos. Toda una generación perdida que estorbó a quienes gobernaban y de cuya suerte (paradoja) hemos sabido por quienes han querido o sabido contar algo. Familias sin hijos, hermano o padres a los que ir a poner unas flores aunque sea de vez en cuando. Y niños adjudicados a otros padres como si la paternidad pudiera envolverse en papel de regalo cuando es ajena y robada.
Algo parecido a ese feo asunto de los niños birlados en maternidades en las últimas décadas de este país. Cuántos creyeron tener un hijo muerto y ahora están averiguando que lo que están es desaparecidos y repartidos. Recurrir a la autoridad moral para decidir sobre la vida de otro es delito y hasta pecado.
En investigación policial continúa el caso de dos niños andaluces en un asunto que huele a fosfatina. No puedo culpar a nadie, pero al padre le falta coherencia en sus declaraciones y alguien sabe más de lo que dice. A veces tengo la sensación, y que me perdone si alguien cree que le señalo, que algunos abogados no deben aconsejar tan “finamente” a sus clientes. Más, cuando la incertidumbre sobre una vida está en juego.
Así que estamos en enero y sin dinero, presidente, sentido de la justicia, familiares y niños a los que se espera en su escuela cualquier día de estos. Ojalá pudiera contarles otra cosa.
María Díaz Periodista www.mariadiaz.eu