Me vienen contando que los niños de ahora ya padecen stress desde su más tierna infancia. Y digo “tierna” por decir algo, porque, si entre columpio y columpio, ya se andan “pillando” stresses varios, la cosa es para planteársela. ¿No será que llamamos a todo stress? ¿A ver si estamos cargando a nuestros críos con nuestras frustraciones? Que eso de la proyección no es malo…si ocurre en el cine.
Entiendo que queramos que nuestros chavales sean hombres y mujeres de futuro. Pero, ¿a qué precio? ¿Deseamos que sean culturalmente felices o que alcancen aquello que, por un motivo u otro, no alcanzamos nosotros? Miro a la sociedad del momento con esperanza y desconfianza a partes iguales. Entiendo que formamos parte de una generación de adultos que “anda buscando”. Y la idea me gusta: había mucho que cambiar en la sociedad que heredamos de nuestros mayores. Y quizá, equivocarse sea necesario. Pero, como decía mi madre, “los experimentos con gaseosa”.
Tampoco estoy en contra de las actividades extraescolares. Es más, me parecen hasta pocas. Pero, por favor, organizadas y consensuadas. No se trata de que los niños vayan a ajedrez al borde del sur y a natación superado el nordeste. Y nada de que nosotras soñamos con ser bailarinas y por ahí van a “especializarse” nuestras hijas. Pidamos a los colegios que tutelen el tiempo libre de nuestros hijos, mientras nosotros, padres, trabajadores o no, salimos a la vida a ver cómo la organizamos.
No creo en los abonos crónicos a internet, la tele o la play porque nadie en casa puede organizar los tiempos de los niños. Que hagan los deberes en el colegios, que jueguen con sus amigos en sus patios, que alguien ponga a su servicio sus instalaciones deportivas…pero hagamos que la felicidad de su infancia sea la garantía de su futuro. Y si no pudimos ser bailarinas, sigamos soñando, que es gratis. Y preguntémosles a ellos hacia donde quieren dirigir su ocio creativo. A lo mejor se llevan alguna sorpresa.
María Díaz Periodista www.mariadiaz.eu