Aprendí de mi madre a valorar mi ocio. Mi tiempo. Ese tiempo que sólo tú puedes disfrutar de una determinada manera y de cuyas satisfacciones no tienes porqué dar el parte a nadie. Y se lo agradezco sobremanera. En este mundo “moderno” que me ha tocado vivir muchos aún no saben que los dueños de nuestras horas somos, sencillamente, nosotros.
Cuando la telefonía móvil entró en nuestras vidas yo fui de las primeras en recurrir a un aparato para independizarme laboralmente. De hecho, me costó en exceso explicar a mis posibles jefes qué era eso del teletrabajo. Productividad, al fin y al cabo. Más difícil fue para ellos entenderlo. Es más, a día de hoy, alguno todavía no sabe de qué le hablaba yo en aquellos momentos. Esa propuesta me obligaba a caminar sobre un delicado filo: el de estar operativa ante cualquier posible control. Así que fue duro hacerme entender a mí misma que también necesito de tiempo de escape.
Por ejemplo, lo confieso, yo no cojo nunca el teléfono en horas de comida. Ni antes de cierta hora de la mañana por más que lleve levantada desde demasiado temprano. Todo tiene un límite. Y la movilidad no tiene porqué ser sinónimo de esclavitud. Ahora, lo que me hace sudar, es hacer comprender a cierto personal, que yo denominaría “maleducado”, que hasta para vivir deberían existir normas.
Creo en el ser humano, y en su capacidad de organizarse su tiempo. Soy consciente de cuándo puedo escaparme a un museo aprovechando que es gratis sabiendo que mi conciencia me lo permite. Y cuando puedo aprovechar una invitación al teatro porque mi posible vida laboral no depende de ser un trabajador a tiempo total.
Y cuando lo hago, envidio y disfruto a partes iguales. Envidio a cada artista, a cada actor, a cada escritor que me permite transportarme a otro mundo. A todos esos que me ofrecen un viaje gratis a la imaginación con todo lo que ello supone. Pero disfruto tremendamente de esa opción sabiendo, como se, que poco más que queda en estos tiempos de crisis y tristezas. Porque soñar es gratis. Y aprovechar el tiempo una obligación personal a la vez que un derecho. Y mientras llegan momentos mejores, prefiero pensar que hay algo al final de la escapada…
María Díaz Periodista www.mariadiaz.eu