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A mis veintitantos

Mi existencia durante los últimos meses se resume en una simple frase: me he topado de bruces con un muro difícil de derribar. Tras finalizar la etapa universitaria, sí, esa en la que crees que te va a abrir mil puertas, te va a dar la llave de la sabiduría y la felicidad, te encuentras de frente la realidad, envuelta en un fondo negro y rodeada por una valla metálica de altura insalvable.

 

Hemos elegido una mala época para prepararnos, estudiar… ¿vivir? Sea como fuere, esa misma realidad en la que vivimos nos hace imposible seguir nuestro curso natural, nuestra propia evolución como personas. Somos muchos  los que nos encontramos en esta situación: jóvenes de veintitantos años, licenciados universitarios, preparados para enfrentarnos al mundo laboral, cuya única ambición diaria es encontrar un puesto de trabajo donde empezar a demostrar su valía como profesionales. Tradicionalmente, esto viene siendo una dificultad, pero esta situación se agrava cuando la tesitura económica que nos rodea nos hunde en la desesperación, al ver como tras muchos años de esfuerzo, no eres capaz de conseguir obtener ningún fruto, al menos a medio plazo.

 

Tal vez el problema real sea que el mercado laboral español no está preparado para absorber tal cantidad de titulados superiores, que nos vemos relegados, muy a nuestro pesar, a realizar funciones o desempeñar empleos (en el mejor de los casos) no relacionados en absoluto con nuestra formación. Pero esto es harina de otro costal.

 

A esta situación, se suman los cambios en los planes de estudio en los que se están sumergiendo todas las universidades españolas.  No paran de aparecer nuevos títulos de grado, postgrado… De modo que los titulados que ya nos hemos pasado nuestros años en la universidad, nos vemos “obligados” a seguir nuestra formación con estudios de postgrado. Obviamente, nadie nos obliga, pero si nos fijamos en la realidad de nuestra vida cotidiana, no podemos permitirnos el lujo de pasar el tiempo en busca del empleo ideal, mientras exista la más mínima posibilidad de conseguir algún tipo de titulación superior que te permita marcar algún tipo de diferencia para optar a un puesto de trabajo.

 

De modo que aunque sea un poco a mi pesar, la única puerta que parece que nos queda abierta a los jóvenes que tenemos algún tipo de motivación por conseguir encauzar nuestra carrera, es la de seguir formándonos. Aunque tal vez, (y mucho me gustaría equivocarme) lo único que estemos haciendo con esto, sea dilatar el problema en el tiempo.  ¡¡¡Tempus fugit!!!

 

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