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¡Que viene el coco!

Lo cuenta un camionero en la radio. Se expresa sin tapujos y manifiesta su desprecio a los refugiados sirios a los que tantas familias españolas están dispuestas a acoger: vienen a quitarnos el trabajo. Suena mal. Pero empiezo a escuchar esa teoría a otros muchos que viven con el monstruo del paro o que temen caer en él. Otros hablan de lo equivocado que les parece ayudar a los de fuera cuando aquí dentro hay mucha gente que necesita que les tendamos todas nuestras manos.

 

El miedo es libre. Solo faltaba. Pero la generosidad debería ser más fuerte. Mirar sólo hacia nosotros no es la solución. Los que llegan, lo hacen huyendo del infierno, de una vida imposible, de un futuro que no llegará para sus hijos. Lo hemos visto: cadáveres de niños en la playa, porque había que intentarlo. Vienen desde el horror y tenemos la obligación de acogerlos. No es caridad, ni solidaridad. Es funcionar con la máxima de que hay que portarse con los demás como quieres que los demás se porten contigo. Es ayudarles a salir del universo más atroz porque dejar que se queden allí es como formar parte de su asesinato. ¡Quieren vivir! Como cualquiera.

 

No vienen a quitarnos nada. Ni se lo plantean. Si recalan aquí intentarán empezar una nueva vida. Con sus pros y sus contras. Hablan inglés, lo que ayuda. Pero no manejan nuestro idioma, lo que no ayuda. Entrarán a fomar parte de una sociedad que no conocen, una pega. Tienen ganas de comerse el mundo porque no pueden volver al lugar del que vinieron, a su favor. Cogerán el trabajo que les den, el que posiblemente los españolitos de a pie ya no queremos. Alguien tiene que hacerlo. ¿Lo harán por cualquier sueldo? Quizás. Pero esa no es su culpa sino del que aproveche para sacar partido a la ocasión. El problema de que haya explotados es que hay explotadores.

 

Hace años, creo que lo he contado alguna vez, en el verano de 1983, Bilbao sufrió una inundación que dio la vuelta a la vida de sus ciudadanos y dejó cadáveres en el camino. Quizá no lo sepan, pero cuando “sobra” agua del cielo falta agua potable. Y ahí salieron los “sin alma”. Consiguieron alcanzar la capital vizcaína, algo nada fácil, ya se lo explico, y llegaron cargados de botellas de agua que pretendieron vender a precio de petróleo. Es decir, hacer negocio de la necesidad. Lo de siempre, los que pudieron, entraron al chantaje. Pero los más desfavorecidos, aquellos que formaban parte de familias de economías más ajustadas se entregaron a la sed.

 

En momentos de necesidad, el enemigo es el que abusa. Por eso, el problema no son los que vengan (atención, que tampoco quieren venir a España. Construir un futuro implica apostar por países con economías saneadas). Los que vengan tienen que venir. Y nosotros, que creo que en general tenemos un corazón que no nos cabe en el pecho y más inteligencia de la que algunos nos presuponen, tenemos que tenderles las manos y abrirles los brazos. Porque esa es la única manera de que una sociedad crezca: sumar. Y en una sociedad que crece todos tienen que tener un sitio. Porque ellos están peor que los que están mal aquí. Y no podemos dejarles en tierra de nadie sin que nuestras conciencias no nos vapuleen. No vienen a quitarnos nada. Llegan para intentar empezar a construir y si fuéramos nosotros los que escapáramos del horror lo menos que esperaríamos de esos que se hacen llamar seres humanos es una mirada de afecto y la posibilidad de tener una vida. Sin más.

 

María Díaz
Periodista
www.mariadiaz.eu

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