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Arco, ¿qué es arte?

Hace años, me encontré frente a un cuadro azul, y sólo azul, junto a una periodista ya conocida, aunque no tanto como ahora. La pretendida obra de arte, me explicaré más adelante, colgaba de la pared de un importante museo español con sello internacional. Concluí que estaba pintado a rodillo o,  al menos, eso parecía. Un solo color, un solo tono…un cuadro perfectamente uniforme, cuadrado y enmarcado con sencillez. Mi acompañante, por lo que se ve, más inteligente que yo, a las pruebas me remito, se dejó asombrar por la propuesta y admiró el trabajo del autor. Yo, más limitada, me sigo remitiendo a las pruebas, alabé el mérito del marchante. Si el cuadro lo llego a hacer yo, o mi sobrina de 6 años, por un poner, hubiera sido una porquería o algo similar. Pero como lucía radiante en un museo de prestigio había entrado a formar parte de la categoría de “obra de arte”.

 

Mi acompañante alegó sus motivos para aquel entusiasmo: aquel azul era diferente, un azul nuevo, “personal”, creado por un alma imaginativa en búsqueda de satisfacciones artísticas. Le hablaba el cuadro, le decía cosas a mi amiga. Yo no lo hubiera elegido ni como papel pintado para una habitación y sigo pensando que azules inventamos todos los días. No creo que al inventor del azul celeste, color que por otro lado, no me vuelve loca, le haya reconocido nadie ningún mérito. Ni que decir de quienes “dieron” con el azul azafata o azul eléctrico. Pero aquel azul…aquel azul había conseguido un lugar importante en un museo destacado y aquel azul era arte.

 

Años atrás había llegado a este país un texto de una autora, en aquel entonces desconocida, llamada Yasmina Reza, titulado “Arte” que alcanzó notable éxito en el teatro. Les resumo la historia para quien no la conozca: tres amigos se reúnen en casa de uno de ellos que quiere mostrarles su última adquisición: un cuadro blanco. “Con matices de blanco”, se defiende el ilusionado comprador ante la actitud crítica de uno de sus amigos que opina que el cicerone ha tirado el dinero (y mucho dinero) con aquella compra. El tercer amigo, en un intento de establecer paz e incapaz de tomar partido, navega por las complicadas aguas de la neutralidad haciendo el “gamba” cada vez que habla.

 

La historia incide en eso que llamo desde hace años “el arte difícil”. Ese “arte” que transita sobre una delgada línea que hace que lo que para unos es loable para otros sea algo innecesario. Me consta que una de las señoras de la limpieza de un museo estuvo a punto de tirar a la basura una escultura por confundirla con las espumas que, imaginó, habían envuelto la pieza que se mostraba junto a ellas. Pero, mira por donde, aquellas esponjas rosas que reposaban desordenadas sobre el suelo “también” eran fruto del incansable trabajo de búsqueda de un artista. Y recuerdo aquel cuadro que se hizo con un importante premio de pintura, mega-valorado por el jurado que se lo concedía, dada su habilidad para conjugar estilos y personalidades en un solo lienzo. E imagino las caras que se les debieron de quedar  a los miembros de dicho jurado cuando el premiado hizo público, prueba de vídeo en mano, que la pintura de marras la habían elaborado sus hijas, de unos 4 y 5 años respectivamente. “En toda la boca”, que diría un compañero mío.

 

Por ese arte, algunos pagan un dinero que podría ser calificado como pornográfico. Admiro el arte y me lamento de no poder colgar en alguna de mis paredes un Goya o un Darío Urzay. O un Martín Chirino. Pero en tiempos malos, frente a la necesidad de otros, no sé si el arte es poner a prueba nuestra generosidad y no nuestra capacidad de mecenazgo. Y ahí sigo, sin saber cómo mirar a los que invierten en jóvenes con futuro o en jetas con presente.

María Díaz
Periodista
www.mariadiaz.eu

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